Seiobó, una deidad japonesa que tiene en su jardín un melocotonero que florece cada trescientos años y cuyo fruto da la inmortalidad, decide volver a la Tierra en busca de un atisbo de perfección: la belleza, por fugaz que sea, revela lo sagrado, que a menudo apenas somos capaces de soportar. En su viaje, Seiobó explora el Japón que perpetúa algunos rituales desde hace siglos; contempla la pintura en la Rusia medieval o en la Italia del Renacimiento; escucha la música del Barroco y sobrevuela la Acrópolis de Grecia, la Alhambra de Granada o la Pedrera de Barcelona.
Una obra melancólica y turbadora en la que Krasznahorkai indaga en el extraordinario consuelo de la belleza y nos ofrece su singular perspectiva de la inmanencia.
«La prosa de Krasznahorkai adquiere la cadencia casi litúrgica de un libro de meditación y así es como oficia él, a menudo con una escritura sugerente y a veces extenuante, hasta un final que habla de la esencial continuidad de la muerte igual que ha hablado de la esencia de la belleza como reflejo ocasional de lo sagrado».
José María Guelbenzu, El País Babelia
«Krasznahorkai es hijo del arte de la prosa narrativa torrencial de Schnitzler y Karl Kraus, y hermano de Claudio Magris y su Danubio. El lector que supere sus retos y el discurso cultural, obtendrá una recompensa merecida».
Javier Nogueira, El Progreso