Existen dos caminos que permiten al cine evocar la singularidad de lo real: el de lo fantástico, ya explorado con éxito por algunos raros cineastas; y otro, en lo sustancial aún por venir, que yo llamaría el realismo integral —es decir, un realismo sin ninguna relación con los films catalogados como realistas o neorrealistas, sino más bien con el estilo que han ensayado cineastas como Robert Flaherty, o en la actualidad Jean-Luc Godard. A estos dos caminos —que por otra parte son complementarios y en el fondo apuntan al mismo resultado— se reduce probablemente la credibilidad del cine, es decir su porvenir en tanto que arte. Antonin Artaud lo predecía ya en 1949: “El cine se acercará más y más a lo fantástico —ese fantástico que de manera creciente se percibe que es, en verdad, todo lo real— o de lo contrario no vivirá”.
Clément Rosset