El flâneur nació en el París del siglo XIX. Su hábitat natural son los boulevards de la ciudad. «Las multitudes son su dominio, al igual que el aire es del pájaro y el agua es de los peces», escribió Baudelaire. El flâneur es un hombre ocioso que pasea y observa a la vez, pero desde la distancia: no se involucra. Sin embargo, para Baudelaire la flâneuse no existe. Las mujeres no tenían la libertad de los hombres para acceder a las calles de la ciudad porque se veían reducidas a ser objeto de la mirada de los paseantes.
¿Qué sería una flâneuse? La versión femenina del flâneur no solo observa, sino que participa. Su presencia en un espacio que tradicionalmente no le pertenece supone un desafío. Elkin hace un recorrido literal y metafórico de las ciudades en las que ha vivido, y, a través de sus paseos, nos descubre una nueva mirada y reivindica la experiencia singular que constituye pasear siendo mujer.
De Nueva York a Londres, de París a Venecia pasando por Tokio, cada ciudad encierra el juego, la fascinación, el peligro y la familiaridad que sirven a la autora para reclamar el derecho de las mujeres a pasear por la ciudad, a ocupar el espacio público: «Dejadme pasear. Dejad que vaya a mi ritmo. Dejad que sienta cómo se mueve la vida a través y alrededor de mí. Dadme emoción. Dadme esquinas curvas inesperadas. Dadme iglesias inquietantes, bonitos escaparates y parques en los que pueda tumbarme».